Una vez, por la noche, una de las jóvenes vino aquí; parecía que estaba
atormentada por secreta tristeza. Poseída de involuntario terror, se hallaba en pie, la
cabeza inclinada, llorando y juntando las trémulas manos ante los gentiles restos. Mas
he aquí que con pasos apresurados la alcanzó un joven lancero de uniforme, buen tipo
y rebosante de salud, luciendo bigotes negros y entrechocando orgullosamente sus
espuelas. Ella fijó la vista en el militar, cuya mirada expresaba la pena, y tristemente
le tendió la mano, pero no dijo nada. En silencio, la novia de Lenski se alejó con él de
los lúgubres parajes: desde aquel día no volvió a aparecer allende las montañas.
¡Mi pobre Lenski! Ella no se consumió durante largo tiempo llorando. ¡Ay! La
joven novia no es fiel a su pena: otro distrajo su atención, otro consiguió adormecer
su dolor con alabanzas amorosas. El lancero supo cautivarla. El lancero es el amor de
su alma. Y ya se halla ante el altar, confusa bajo su corona con la cabeza inclinada,
los ojos llenos de ardor y una ligera sonrisa en los labios.
¡Mi pobre Lenski!
Más allá de la tumba, el triste poeta ¿se turbaría por la noticia fatal de la traición?
¿O, adormecido bajo el Leteo dichoso de su insensibilidad, ya no se atormenta por
nada, y el mundo está, para él, mudo y cerrado? Así, más allá de la tumba, nos espera
el olvido indiferente. De repente la voz de los enemigos, de los amigos y de las
amantes se calla. Tan sólo se oirá el coro de voces enfadadas de los herederos que
discuten sobre la propiedad del castillo. Pronto se calló la voz sonora de Olga en la
familia de los Larin.
El lancero, esclavo de su destino, tenía que marcharse con ella a su regimiento. La
viejecita, anegada en llanto, al despedirse de su hija, apenas parecía viva; sin
embargo, Tania no podía llorar; solamente su rostro se cubrió de mortal palidez.
Cuando todos salieron a la escalinata y se precipitaron en torno de la calesa a
despedir a los jóvenes, Tania los acompañaba; durante largo rato les siguió con la
mirada. ¡Tatiana se quedaba sola, sola! ¡Ay!, su compañera de tantos años, su
deliciosa palomita, su querida confidenta, le es arrebatada por el Destino; para
siempre están separadas. Cual sombra, Tania deambula o mira al jardín abandonado.
No hay alegría para ella en ningún sitio ni en nada; no encuentra alivio en las
lágrimas contenidas, y su corazón se desgarra.






