CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 26

LA CARTA DE TATIANA A ONIEGUIN

“Ya la escribo. ¿Qué mas quiere? ¿Qué puedo yo decir aún? Sé que

ahora puede castigarme con su desdén; pero si usted guarda un poco de

compasión para mi triste suerte, no me dejará. Al principio quise callar,

créalo; usted no habría conocido nunca mi vergüenza si yo hubiese tenido la

esperanza de verle en nuestro pueblo, aunque fuera un poco, aunque sólo

fuera una vez por semana, para oír su voz, decirle una palabra y después

pensar, pensar en lo mismo día y noche, hasta el próximo encuentro. Me dicen

que usted es misántropo, que en este rincón todo le parece aburrido, y

nosotros…, nosotros no sobresalimos en nada, aunque su vista nos alegre

sinceramente. ¿Por qué nos visitó? En el fondo de este olvidado pueblo nunca

le habría visto y no conocería las amargas torturas. ¡Quién sabe si tal vez se

calmaría la inquietud de mi alma inexperta! Guiada por el corazón, yo

encontraría un amigo, sería una esposa fiel y una madre virtuosa. ¡Otro! No;

a nadie en el mundo entregaré mi corazón. Esto fue decidido en el consejo

supremo, esto es la voluntad del cielo: soy tuya. Toda mi vida fue testigo de

una entrevista segura contigo; sé que me eres enviado por Dios hasta la

tumba. Guardián mío… Tú me aparecías en sueños; invisible, me eras ya

simpático; tu maravillosa mirada me hizo languidecer; en mi alma resonó tu

voz hace tiempo.

¡No, esto no era un sueño! En cuanto tú entraste, te reconocí; al instante,

atónita y ardiendo, pensé en mí: «Este es él». ¿No es verdad? Yo te oí, tu

hablaste conmigo en el silencio, cuando ayudaba a los pobres o trataba de

calmar con rezos la tristeza de mi alma atormentada. Y en este mismo

instante, ¿no eres tú, aparición querida, la que, pasando por la transparente

oscuridad, te inclinas silenciosamente a mi cabecera? ¿No fuiste tú quien me

murmuró con alegría y amor palabras de esperanza? ¿Quién eres? ¿Mi

ángel, mi protector, o un pérfido tentador? Resuelve mis dudas; tal vez todo

esto sea un simple engaño de un alma inexperta, que está predestinada a todo

lo contrario. Pero que ¡así sea! Onieguin, te confío mi suerte, derramo

lágrimas ante ti, suplico tu defensa. Figúrate: yo estoy sola; aquí nadie me

comprende; mi razón está agotada; tengo que perecer silenciosamente. Te

espero; con sólo una mirada avivas las esperanzas de mi corazón o deshaz el

profundo sueño, ¡ay de mí!, con merecido reproche. Termino; me da miedo

volverla a leer. Me hiela el terror y la vergüenza. Pero conozco vuestro honor

y en él confío con ánimo.