CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 56

¡He aquí esta época! ¡Vosotros, simpáticos viciosos, sabios epicúreos, dichosos

indiferentes, discípulos de la escuela de Levschin, campestres Príamos y damas

sensibles! La primavera os llama al campo; es la época del buen tiempo, de las flores,

de los trabajos, de los paseos inspirados y de las noches tentadoras. ¡Amigos,

marchaos al campo! Deprisa, deprisa, en calesas sobrecargadas, en pochtavie, en

dolgavie, arrastrados desde las afueras de la ciudad. Y tú también, lector indulgente,

en tu magnífica carretela, deja la ciudad bulliciosa en donde te divertiste en invierno.

Con mi voluntariosa musa voy a escuchar el ruido de los árboles, sobre el río sin

nombre, en el pueblo donde hace poco vivía mi Eugenio, ermitaño triste y ocioso, en

la vecindad de la joven Tania, mi gentil soñadora, pero donde ya no se encuentra y

donde dejó tristes huellas.

Atravesando las montañas que forman un semicírculo, vayamos allí donde el

arroyo corre serpenteando a lo largo del verde prado, a través del bosquecillo de tilos,

hacia el río; allí donde el ruiseñor, amante de la primavera, canta toda la noche; allí

donde florecen las rocas silvestres y se oye el murmullo del riachuelo, allí donde

están la lápida en la sombra de los viejos pinos y el epitafio que dice al visitante:

«Aquí yace Vladimir Lenski, que murió prematuramente, como valiente, en tal año, a

tal edad. ¡Descansa en paz, joven poeta!».

Unas veces el viento de la mañana balanceaba una corona desconocida, inclinada

sobre las ramas del pino; otras, al anochecer, venían aquí dos hermanas y, ante la

luna, sobre la tumba, abrazadas, lloraban las dos. Pero hoy día… el triste monumento

funerario ha sido olvidado. Las huellas habituales que conducían a él se han borrado.

Ya no hay corona en las ramas; sólo debajo de ellas el viejo y débil pastor canta como

antes y trenza el mísero calzado.