CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 25

Sé que ahora quieren obligar a las damas a leer en ruso; verdaderamente, me da

miedo: no me las puedo representar con el Blagonamereni en manos. Me refiero a

vosotros, poetas míos. ¿No es verdad que las lindas damas a las que escribíais versos

y a las que entregabais vuestro corazón no dominaban el ruso, y que por esto lo

deformaban tan graciosamente? En sus labios, ¿no se habrá vuelto vulgar el idioma

extranjero?

¡Dios me libre de encontrarme en un baile, o en el vestíbulo, cuando se despiden

los invitados, a un seminarista con su chal amarillo, o a un académico con su gorro!

No me gustan los labios ardientes sin sonrisas, ni tampoco el idioma ruso sin faltas

gramaticales. Tal vez para mi desgracia, las bellezas de la generación futura, haciendo

caso de las revistas, nos acostumbrarán a la gramática y a escribir versos correctos.

Mas, a mí, ¿qué me importa? Yo seré fiel a la tradición.

La charla insulsa y descuidada, la pronunciación incorrecta del lenguaje

despertará, nuevamente en mi pecho la inquietud del corazón. No tengo fuerzas para

arrepentirme de ello: los galicismos me parecerán agradables, igual que los pecados

de la juventud pasada, igual que los versos de Bogdanovich.

Pero basta; ya es hora de que me ocupe de la carta de mi hermosa Tania. He dado

mi palabra. ¿Y qué? ¿Estaré a punto de retirarla? Yo sé que la tierna pluma de Parny

hoy día no está de moda.

¡Cantante de los Festines y de la indolente tristeza! Si aún estuvieras conmigo, te

molestaría con un ruego indiscreto: que reprodujeras en cantos fantásticos las

palabras extranjeras de la joven apasionada. ¿En dónde estás? Ven; te transmito mis

derechos de poeta con una gran reverencia. Pero bajo el cielo de Finlandia vas

errando sólo entre las tristes rocas; tu corazón se ha desacostumbrado de las

alabanzas y tu alma no oye mi dolor.

La carta de Tania está ante mí; la guardo religiosamente, la leo y la releo con

secreta angustia, ¿Quién habrá infundido esta dulzura y esta naturalidad a sus

palabras? ¿Quién le habrá inspirado esta tierna y fútil charla, este lenguaje del

corazón tan atrayente y peligroso? No lo puedo comprender; pero he aquí una

traducción incompleta y mediocre, que es como una copia desvaída de una escena

real, como la composición de Freischütz tocada por las manos de un discípulo.