El día que Jesús se presentó entre los pecadores para recibir un bautismo de penitencia de manos de Juan, mientras oraba “se elaboró el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma sensible como de una paloma, y se oyó una voz que decía desde el cielo: “Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias”. En ese momento, Jesús iniciaba su vida pública, y quiso representar a quienes iba a redimir en la cruz.
Nos bautizamos desde pequeños, porque la iglesia desea que gocemos de la gracia si una de Dios, que nos santifica y nos configura en Cristo, para integrarnos plenamente en el cuerpo místico del Señor a una edad muy temprana. Hermanos, cuando celebramos el bautismo de Jesús, celebramos también nuestro propio bautismo; ya que para vivir como verdaderos Hijos de Dios, es necesario que sigamos los pasos firmes de nuestro Señor.
