Su vida complicada era arreglárselas pagar el alquiler del departamento y mientras tanto no encontraba trabajo. Tomaba decisiones arriesgadas y desobedecía las costumbres. Tenía dos novias que acostumbraba a llevarlas al mismo bosque. Una de ellas era rubia, delgada y un tanto sofisticada. La otra era gordita, tosca y espontánea en su lenguaje. Ambas llenaban su corazón y le inspiraban versos. Esa desvergüenza, era como la época de los estudiantes. Sufría hambres, desvelos y regaños de profesores. El poeta Robert Walser era fantasioso y aventurero, caminaba largas distancias para encontrar la inspiración. Esos paseos en apariencia cotidianos producían sonrisas y hermosos cielos. Al poeta lo reconocías por su olfato lírico y el genial corte estudiantil. Su rostro proyectaba amor por los detalles y una especial pasión por la arquitectura medieval. Era el atardecer y se respiraba ternura. Nadie lo molestaba y como de costumbre disfrutaba los sonidos del viento. En sus adentros cerraba los ojos para que las ideas fluyeran. Añoraba escribir en la soledad de los campos rurales. Pensaba que los poetas debieran practicar la cultura del ahorro, viajar, conocer y vivir.
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