Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me semiincorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir versos en que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo pensando en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como a una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la consciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse
indispuesto.
Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
tal vez fuese feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en la faltriquera de los
pantalones?)
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta.)
Como por un instinto divino Esteves se volvió y me vio.
Saludó con un adiós, le grité ¡Adiós Esteves!, y el universo
se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.
Tags:Fernando Pessoa
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