Hice de mí lo que no supe.
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El dominó que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando me la quité y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía vestir el dominó que no me había quitado.
Dejé la máscara y dormí en el guardarropa
como un perro al que tolera la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte cual cosa que hubiese hecho
y no me quedase siempre frente a la Tabaquería de enfrente,
pisoteando la consciencia de estar existiendo,
como una alfombra en que un borracho tropieza
o una esterilla que los gitanos robaron y no valía nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
y con la incomodidad del alma que anda malentendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero y yo dejaré versos.
Algún día morirá el letrero también, y también los versos.
Después de ese algún día morirá la calle donde estuvo el letrero,
y también la lengua en que los versos fueron escritos.
Morirá después el planeta giratorio donde todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo parecido a la gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como
letreros,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la
superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.
Tags:Fernando Pessoa
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