CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 43

Pero incluso si la hermana, agotada por su trabajo, estaba ya harta de
cuidar de Gregorio como antes, tampoco la madre tenía que sustituirla
y no era necesario que Gregorio hubiese sido abandonado, porque para
eso estaba la asistenta. Esa vieja viuda, que en su larga vida debía haber
superado lo peor con ayuda de su fuerte constitución, no sentía
repugnancia alguna por Gregorio. Sin sentir verdadera curiosidad, una
vez había abierto por casualidad la puerta de la habitación de Gregorio
y, al verle, se quedó parada, asombrada con los brazos cruzados,
mientras éste, sorprendido y a pesar de que nadie le perseguía,
comenzó a correr de un lado a otro.
Desde entonces no perdía la oportunidad de abrir un poco la puerta por
la mañana y por la tarde para echar un vistazo a la habitación de
Gregorio. Al principio le llamaba hacia ella con palabras que,
probablemente, consideraba amables, como: «¡Ven aquí, viejo
escarabajo pelotero!» o «¡Miren al viejo escarabajo pelotero!» Gregorio
no contestaba nada a tales llamadas, sino que permanecía inmóvil en su
sitio, como si la puerta no hubiese sido abierta. ¡Si se le hubiese
ordenado a esa asistenta que limpiase diariamente la habitación en
lugar de dejar que le molestase inútilmente a su antojo! Una vez, por la
mañana temprano -una intensa lluvia golpeaba los cristales, quizá
como signo de la primavera que ya se acercaba- cuando la asistenta
empezó otra vez con sus improperios, Gregorio se enfureció tanto que
se dio la vuelta hacia ella como para atacarla, pero de forma lenta y
débil. Sin embargo, la asistenta, en vez de asustarse, alzó simplemente
una silla, que se encontraba cerca de la puerta, y, tal como permanecía
allí, con la boca completamente abierta, estaba clara su intención de
cerrar la boca sólo cuando la silla que tenía en la mano acabase en la
espalda de Gregorio.
-¿Conque no seguimos adelante? -preguntó, al ver que Gregorio se
daba de nuevo la vuelta, y volvió a colocar la silla tranquilamente en el
rincón