Pero Gregorio no permanecía parado, ya sabía desde el primer día de
su nueva vida que el padre, con respecto a él, sólo consideraba
oportuna la mayor rigidez. Y así corría delante del padre, se paraba si el
padre se paraba, y se apresuraba a seguir hacia delante con sólo que el
padre se moviese. Así recorrieron varias veces la habitación sin que
ocurriese nada decisivo y sin que ello hubiese tenido el aspecto de una
persecución, como consecuencia de la lentitud de su recorrido. Por eso
Gregorio permaneció de momento sobre el suelo, especialmente porque
temía que el padre considerase una especial maldad por su parte la
huida a las paredes o al techo. Por otra parte, Gregorio tuvo que
confesarse a sí mismo que no soportaría por mucho tiempo estas
carreras, porque mientras el padre daba un paso, él tenía que realizar
un sinnúmero de movimientos. Ya comenzaba a sentir ahogos, bien es
verdad que tampoco anteriormente había tenido unos pulmones dignos
de confianza. Mientras se tambaleaba con la intención de reunir todas
sus fuerzas para la carrera, apenas tenía los ojos abiertos; en su
embotamiento no pensaba en otra posibilidad de salvación que la de
correr; y ya casi había olvidado que las paredes estaban a su
disposición, bien es verdad que éstas estaban obstruidas por muelles
llenos de esquinas y picos. En ese momento algo, lanzado sin fuerza,
cayó junto a él, y echó a rodar por delante de él. Era una manzana;
inmediatamente siguió otra; Gregorio se quedó inmóvil del susto;
seguir corriendo era inútil, porque el padre había decidido
bombardearle. Con la fruta procedente del frutero que estaba sobre el
aparador se había llenado los bolsillos y lanzaba manzana tras manzana
sin apuntar con exactitud, de momento. Estas pequeñas manzanas rojas
rodaban por el suelo como electrificadas y chocaban unas con otras.
Una manzana lanzada sin fuerza rozó la espalda de Gregorio, pero
resbaló sin causarle daños. Sin embargo, otra que la siguió
inmediatamente, se incrustó en la espalda de Gregorio; éste quería
continuar arrastrándose, como si el increíble y sorprendente dolor
pudiese aliviarse al cambiar de sitio; pero estaba como clavado y se
estiraba, totalmente desconcertado.
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