Este tipo de pensamientos, completamente inútiles en su estado actual,
eran los que le pasaban por la cabeza mientras permanecía allí pegado a
la puerta y escuchaba. A veces ya no podía escuchar más de puro
cansando y, en un descuido, se golpeaba la cabeza contra la puerta,
pero inmediatamente volvía a levantarla, porque incluso el pequeño
ruido que había producido con ello había sido escuchado al lado y
había hecho enmudecer a todos.
-¿Qué es lo que hará? -decía el padre pasados unos momentos y
dirigiéndose a todas luces hacia la puerta; después se reanudaba poco a
poco la conversación que había sido interrumpida.
De esta forma Gregorio se enteró muy bien -el padre solía repetir con
frecuencia sus explicaciones, en parte porque él mismo ya hacía tiempo
que no se ocupaba de estas cosas, y, en parte también, porque la madre
no entendía todo a la primera- de que, a pesar de la desgracia, todavía
quedaba una pequeña fortuna; que los intereses, aún intactos, habían
aumentado un poco más durante todo este tiempo. Además, el dinero
que Gregorio había traído todos los meses a casa -él sólo había
guardado para sí unos pocos florines- no se había gastado del todo y se
había convertido en un pequeño capital. Gregorio, detrás de su puerta,
asentía entusiasmado, contento por la inesperada previsión y ahorro.
La verdad es que con ese dinero sobrante Gregorio podía haber ido
liquidando la deuda que tenía el padre con el jefe y el día en que, por
fin, hubiese podido abandonar ese trabajo habría estado más cercano;
pero ahora era sin duda mucho mejor así, tal y como lo había
organizado el padre.
Tags:La Metamorfosis
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