Mientras que Gregorio no se enteraba de novedad alguna de forma
directa, escuchaba algunas cosas procedentes de las habitaciones
contiguas. Y allí donde escuchaba voces una sola vez, corría enseguida
hacia la puerta correspondiente y se estrujaba con todo su cuerpo
contra ella. Especialmente en los primeros tiempos no había ninguna
conversación que de alguna manera, si bien sólo en secreto, no tratase
de él. A lo largo de dos días se escucharon durante las comidas
discusiones sobre cómo se debían comportar ahora; pero también entre
las comidas se hablaba del mismo tema, porque siempre había en casa
al menos dos miembros de la familia, ya que seguramente nadie quería
quedarse solo en casa, y tampoco podían dejar de ningún modo la casa
sola. Incluso ya el primer día la criada (no estaba del todo claro qué y
cuánto sabía de lo ocurrido) había pedido de rodillas a la madre que la
despidiese inmediatamente, y cuando, un cuarto de hora después, se
marchaba con lágrimas en los ojos, daba gracias por el despido como
por el favor más grande que pudiese hacérsele, y sin que nadie se lo
pidiese hizo un solemne juramento de no decir nada a nadie.
Ahora la hermana, junto con la madre, tenía que cocinar, si bien esto no
ocasionaba demasiado trabajo porque apenas se comía nada. Una y otra
vez escuchaba Gregorio cómo uno animaba en vano al otro a que
comiese y no recibía más contestación que: «¡Gracias, tengo suficiente!»,
o algo parecido. Quizá tampoco se bebía nada. A veces la hermana
preguntaba al padre si quería tomar una cerveza, y se ofrecía
amablemente a ir ella misma a buscarla, y como el padre permanecía en
silencio, añadía para que él no tuviese reparos, que también podía
mandar a la portera, pero entonces el padre respondía, por fin, con un
poderoso «no», y ya no se hablaba más del asunto.
Tags:La Metamorfosis
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