De esta forma recibía Gregorio su comida diaria una vez por la mañana,
cuando los padres y la criada todavía dormían, y la segunda vez
después de la comida del mediodía, porque entonces los padres
dormían un ratito y la hermana mandaba a la criada a algún recado. Sin
duda los padres no querían que Gregorio se muriese de hambre, pero
quizá no hubieran podido soportar enterarse de sus costumbres
alimenticias más de lo que de ellas les dijese la hermana; quizá la
hermana quería ahorrarles una pequeña pena porque, de hecho, ya
sufrían bastante.
Gregorio no pudo enterarse de las excusas con las que el médico y el
cerrajero habían sido despedidos de la casa en aquella primera mañana,
puesto que, como no podían entenderle, nadie, ni siquiera la hermana,
pensaba que él pudiera entender a los demás, y así, cuando la hermana
estaba en su habitación, tenía que conformarse con escuchar de vez en
cuando sus suspiros y sus invocaciones a los santos. Sólo más tarde,
cuando ya se había acostumbrado un poco a todo -naturalmente nunca
podría pensarse en que se acostumbrase del todo-, cazaba Gregorio a
veces una observación hecha amablemente o que así podía
interpretarse: «Hoy sí que le ha gustado», decía cuando Gregorio había
comido con abundancia, mientras que, en el caso contrario, que poco a
poco se repetía con más frecuencia, solía decir casi con tristeza: «Hoy ha
sobrado todo».
Tags:La Metamorfosis
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