CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 20

Ya muy de mañana, era todavía casi de noche, tuvo Gregorio la
oportunidad de poner a prueba las decisiones que acababa de tomar,
porque la hermana, casi vestida del todo, abrió la puerta desde el
vestíbulo y miró con expectación hacia dentro. No lo encontró
enseguida, pero cuando lo descubrió debajo del canapé -¡Dios mío,
tenía que estar en alguna parte, no podía haber volado!- se asustó tanto
que, sin poder dominarse, volvió a cerrar la puerta desde afuera. Pero
como si se arrepintiese de su comportamiento, inmediatamente la abrió
de nuevo y entró de puntillas, como si se tratase de un enfermo grave o
de un extraño. Gregorio había adelantado la cabeza casi hasta el borde
del canapé y la observaba. ¿Se daría cuenta de que había dejado la
leche, y no por falta de hambre, y le traería otra comida más adecuada?
Si no caía en la cuenta por sí misma Gregorio preferiría morir de
hambre antes que llamarle la atención sobre esto, a pesar de que sentía
unos enormes deseos de salir de debajo del canapé, arrojarse a los pies
de la hermana y rogarle que le trajese algo bueno de comer. Pero la
hermana reparó con sorpresa en la escudilla llena, a cuyo alrededor se
había vertido un poco de leche, y la levantó del suelo, aunque no lo hizo
directamente con las manos, sino con un trapo, y se la llevó. Gregorio
tenía mucha curiosidad por saber lo que le traería en su lugar, e hizo al
respecto las más diversas conjeturas. Pero nunca hubiese podido
adivinar lo que la bondad de la hermana iba realmente a hacer. Para
poner a prueba su gusto, le trajo muchas cosas para elegir, todas ellas
extendidas sobre un viejo periódico. Había verduras pasadas medio
podridas, huesos de la cena, rodeados de una salsa blanca que se había
ya endurecido, algunas uvas pasas y almendras, un queso que, hacía
dos días, Gregorio había calificado de incomible, un trozo de pan, otro
trozo de pan untado con mantequilla y otro trozo de pan untado con
mantequilla y sal. Además añadió a todo esto la escudilla que, a partir
de ahora, probablemente estaba destinada a Gregorio, en la cual había
echado agua. Y por delicadeza, como sabía que Gregorio nunca comería
delante de ella, se retiró rápidamente e incluso echó la llave, para que
Gregorio se diese cuenta de que podía ponerse todo lo cómodo que
desease. Las patitas de Gregorio zumbaban cuando se acercaba el
momento de comer. Por cierto, sus heridas ya debían estar curadas del
todo porque ya no notaba molestia alguna; se asombró y pensó en
cómo, hacía más de un mes, se había cortado un poco un dedo y esa
herida, todavía anteayer, le dolía bastante. ¿Tendré ahora menos
sensibilidad?, pensó, y ya chupaba con voracidad el queso, que fue lo
que más fuertemente y de inmediato lo atrajo de todo. Sucesivamente, a
toda velocidad, y con los ojos llenos de lágrimas de alegría, devoró el
queso, las verduras y la salsa; los alimentos frescos, por el contrario, no
le gustaban, ni siquiera podía soportar su olor, e incluso alejó un poco
las cosas que quería comer. Ya hacía tiempo que había terminado y
permanecía tumbado perezosamente en el mismo sitio, cuando la
hermana, como señal de que debía retirarse, giró lentamente la llave.
Esto lo asustó, a pesar de que ya dormitaba, y se apresuró a esconderse
bajo el canapé, pero le costó una gran fuerza de voluntad permanecer
debajo del canapé aun el breve tiempo en el que la hermana estuvo en la
habitación, porque, a causa de la abundante comida, el vientre se había
redondeado un poco y apenas podía respirar en el reducido espacio.
Entre pequeños ataques de asfixia, veía con ojos un poco saltones cómo
la hermana, que nada imaginaba de esto, no solamente barría con su
escoba los restos, sino también los alimentos que Gregorio ni siquiera
había tocado, como si éstos ya no se pudiesen utilizar, y cómo lo tiraba
todo precipitadamente a un cubo, que cerró con una tapa de madera,
después de lo cual se lo llevó todo. Apenas se había dado la vuelta
cuando Gregorio salía ya de debajo del canapé, se estiraba y se inflaba.