CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 18

En el cuarto de estar, por lo que veía Gregorio a través de la rendija de
la puerta, estaba encendido el gas, pero mientras que -como era
habitual a estas horas del día- el padre solía leer en voz alta a la madre,
y a veces también a la hermana, el periódico vespertino, ahora no se oía
ruido alguno. Bueno, quizá esta costumbre de leer en voz alta, tal como
le contaba y le escribía siempre su hermana, se había perdido del todo
en los últimos tiempos. Pero todo a su alrededor permanecía en
silencio, a pesar de que, sin duda, la casa no estaba vacía. «¡Qué vida
tan apacible lleva la familia!», se dijo Gregorio, y, mientras miraba
fijamente la oscuridad que reinaba ante él, se sintió muy orgulloso de
haber podido proporcionar a sus padres y a su hermana la vida que
llevaban en una vivienda tan hermosa. Pero ¿qué ocurriría si toda la
tranquilidad, todo el bienestar, toda la satisfacción, llegase ahora a un
terrible final? Para no perderse en tales pensamientos, prefirió Gregorio
ponerse en movimiento y arrastrarse de acá para allá por la habitación.
En una ocasión, durante el largo anochecer, se abrió una pequeña
rendija una vez en una puerta lateral y otra vez en la otra, y ambas se
volvieron a cerrar rápidamente; probablemente alguien tenía necesidad
de entrar, pero, al mismo tiempo, sentía demasiada vacilación.
Entonces Gregorio se paró justamente delante de la puerta del cuarto de
estar, decidido a hacer entrar de alguna manera al indeciso visitante, o
al menos para saber de quién se trataba; pero la puerta ya no se abrió
más y Gregorio esperó en vano. Por la mañana temprano, cuando todas
las puertas estaban bajo llave, todos querían entrar en su habitación.
Ahora que había abierto una puerta, y que las demás habían sido
abiertas sin duda durante el día, no venía nadie y, además, ahora las
llaves estaban metidas en las cerraduras desde fuera.