Entre la calle y la escalera se estableció una fuerte corriente de aire, las
cortinas de las ventanas volaban, se agitaban los periódicos de encima
de la mesa, las hojas sueltas revoloteaban por el suelo. El padre le
acosaba implacablemente y daba silbidos como un loco. Pero Gregorio
todavía no tenía mucha práctica en andar hacia atrás, andaba realmente
muy despacio. Si Gregorio se hubiese podido dar la vuelta, enseguida
hubiese estado en su habitación, pero tenía miedo de impacientar al
padre con su lentitud al darse la vuelta, y a cada instante le amenazaba
el golpe mortal del bastón en la espalda o la cabeza. Finalmente, no le
quedó a Gregorio otra solución, pues advirtió con angustia que
andando hacia atrás ni siquiera era capaz de mantener la dirección, y
así, mirando con temor constantemente a su padre de reojo, comenzó a
darse la vuelta con la mayor rapidez posible, pero, en realidad, con una
gran lentitud. Quizá advirtió el padre su buena voluntad, porque no
sólo no le obstaculizó en su empeño, sino que, con la punta de su
bastón, le dirigía de vez en cuando, desde lejos, en su movimiento
giratorio. ¡Si no hubiese sido por ese insoportable silbar del padre! Por
su culpa Gregorio perdía la cabeza por completo. Ya casi se había dado
la vuelta del todo cuando, siempre oyendo ese silbido, incluso se
equivocó y retrocedió un poco en su vuelta. Pero cuando por fin, feliz,
tenía ya la cabeza ante la puerta, resultó que su cuerpo era demasiado
ancho para pasar por ella sin más. Naturalmente, al padre, en su actual
estado de ánimo, ni siquiera se le ocurrió ni por lo más remoto abrir la
otra hoja de la puerta para ofrecer a Gregorio espacio suficiente. Su idea
fija consistía solamente en que Gregorio tenía que entrar en su
habitación lo más rápidamente posible; tampoco hubiera permitido
jamás los complicados preparativos que necesitaba Gregorio para
incorporarse y, de este modo, atravesar la puerta. Es más, empujaba
hacia delante a Gregorio con mayor ruido aún, como si no existiese
obstáculo alguno. Ya no sonaba tras de Gregorio como si fuese la voz de
un solo padre; ahora ya no había que andarse con bromas, y Gregorio se
empotró en la puerta, pasase lo que pasase. Uno de los costados se
levantó, ahora estaba atravesado en el hueco de la puerta, su costado
estaba herido por completo, en la puerta blanca quedaron marcadas
unas manchas desagradables, pronto se quedó atascado y sólo no
hubiera podido moverse, las patitas de un costado estaban colgadas en
el aire, y temblaban, las del otro lado permanecían aplastadas
dolorosamente contra el suelo.
Tags:La Metamorfosis
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