El corazón de Alonso Quijano era apacible, cuando sonreía decía que las personas debieran tener códigos, uno de ellos era no expresarse mal del prójimo. La confianza era evidente. “Pon en mis oídos la verdad Sancho”. El oficio de gobernar era complicado. Lo primero era tener gobierno de uno mismo. No gobernaría la ínsula ni con todos los novecientos sesenta y nueve años de matusalén. El valor de Sancho era su jovialidad que no tenía edad.
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