CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 52

Con esta terrible exclamación, Onieguin se siente poseído de un escalofrío, se

aparta y llama a la gente. Zaretski pone cuidadosamente en el trineo el cuerpo helado;

lleva a casa la terrible carga. Los caballos, oliendo a muerto, se ponen a piafar y a

relinchar, mojando los bocados de acero con blanca espuma, galopan como flechas.

Amigos míos, compadeced al poeta que, en la flor de sus alegres esperanzas, se

marchitó. ¿En dónde están la ardiente inquietud, el noble afán de los jóvenes

sentimientos y pensamientos, tan elevados, tiernos y valientes? ¿En dónde están los

deseos tempestuosos del amor, la sed de la ciencia y del trabajo, el miedo al vicio y a

la vergüenza? ¿Y vosotras, ilusiones ocultas, fantasmas de una vida celeste, o

vosotros, sueños de la poesía sagrada? Tal vez había nacido para el bien de la

Humanidad, o, por lo menos, para su gloria; su callada lira hubiera podido resonar a

través de los siglos con eterno y vibrante sonido. Tal vez en la escala de la vida tenía

un puesto privilegiado. También puede ser que su sombra doliente se lleve consigo el

secreto sagrado, y que se apague para nosotros la voz creadora. Los himnos de los

siglos y las bendiciones de los pueblos no llegarán a través de la tumba.

Llenando su vida de veneno, sin haber hecho mucho bien, ¡ay!, hubiese podido

dar un tema a todos los periódicos con su gloria inmortal, enseñando a la gente y

burlándose de ella en medio de los aplausos o del ruido de las maldiciones. Hubiera

podido seguir un camino terrible hasta entregar el último suspiro a la vista de

solemnes trofeos como nuestro Kutusof o Nelson en el destierro, como Napoleón, o

ser colgado como Rileev.

Puede ser también que un destino corriente esperase al poeta. Al transcurrir los

años de juventud, se calmaría el ardor de su alma; hubiera podido cambiar mucho,

separarse de las musas y casarse. En el pueblo, dichoso y rico, llevar una bata

guateada, conocer la vida verdaderamente, y a los cuarenta años sufrir de la gota.

Beber, comer, aburrirse, engordar y, al fin, morir en su cama, rodeado de niños,

mujeres llorosas y médicos.