Con ansia deseamos conocer prematuramente la vida, y la aprendemos en las
novelas. Hemos conocido todo; pero entretanto, no hemos gozado de nada.
Adelantando la voz de la Naturaleza no hacemos más que perjudicar nuestra dicha, y
la ardiente juventud vuela demasiado tarde tras ella. Onieguin pasó también por esta
fase; sin embargo, ¡qué bien conoció a las mujeres! Muy pronto supo fingir, ocultar la
esperanza y los celos, desengañar, persuadir, mostrarse sombrío, decaído, orgulloso u
obediente, atento o indiferente. ¡Con qué languidez callaba! ¡Qué fogosa elocuencia!
En las cartas de amor, ¡qué deliciosas negligencias! Sabía olvidarse de sí mismo,
deseando sólo una cosa, viviendo únicamente para ella. ¡Qué rápida y dulce era su
mirada, qué tímida e impertinente! A veces, sus ojos se enturbiaban con lágrimas
sumisas. ¡Qué bien sabía adaptarse a las circunstancias! Maravillaba a las almas
sencillas, asustándolas con desesperación premeditada o divirtiéndolas con
agradables lisonjas. Aprovechaba el momento de emoción y descuido del alma
cándida, conquistaba con inteligencia y pasión, sabía esperar una caricia involuntaria,
suplicar o exigir una confesión, captar el primer latido del corazón, perseguir el amor,
lograr de repente una entrevista secreta y después dar a solas lecciones en silencio.
Enseguida supo atormentar a las perfectas coquetas. Cuando quería humillar a sus
rivales, les tendía sutiles redes, los difamaba mordazmente; pero vosotros, maridos
ingenuos, seguíais siendo amigos suyos. El esposo celoso estaba bien con él, a pesar
de ser discípulo de Faublas, lo mismo que el viejo desconfiado y el inconsciente
cornudo, satisfecho de sí mismo, de su comida y su mujer.
Tags:Poeta Pushkin
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