CulturaLado B

El profesor Nietzsche

Debo confesar que la vida del estudiante es complicada, pero había uno que nunca perdía las ilusiones, era congruente en su discurso y en los hechos. Esos detalles eran observados con lupa por los alumnos. Tal vez sea una ilusión, pero la satisfacción era que sus alumnos trascendieran. Que los jóvenes formaran sus propias opiniones. Es enriquecedor conocer el porqué de la cultura mexicana. La historia debería quitarse su maquillaje y el disfraz que pretenden adornarla. “No existen verdades absolutas”.

Había una vez un profesor alto y barbudo, su camisa era blanca y portaba una corbata azul. Su rostro proyectaba sabiduría. Tenía 15 años trabajando en una escuela secundaria de Saltillo. Su labor trascendía dentro y fuera de las aulas. Tenía 45 años y trabajaba como maestro de historia. Al empezar sus clases, les mostraba la ubicación de los lugares, sus alumnos imaginaban el universo que los rodeaba. En ocasiones bromeaba para hacer su clase más amena. Reflexionaban sobre la Grecia antigua y como influyeron en el pensamiento. Argumentaba que los filósofos daban catedra del humanismo, como bien lo sentenciaba el profesor José Vasconcelos, en su proyecto educativo en el año 1921. Por cierto, el 2021 se cumplirán 100 años de la educación humanista en México.

Por otro lado, hay alumnos que no conocen los hechos históricos y en ocasiones la historia es una ficción que es relatada por los vencedores. Para el profesor Nietzsche la pedagogía consistía en la originalidad, buscaba una enseñanza diferente, intentaba eliminar las verdades absolutas que oscurecen el conocimiento. Pensaba que los jóvenes debieran leer libros redactados en la visión de los derrotados. Esos personajes que perdieron la guerra y vivieron tormentas. En ese sentido reflexionaba y ponía a dudar a sus alumnos, intentando que ellos mismos formaran sus propios juicios en el conocimiento de un hecho histórico.

Sus alumnos le tenían confianza y le preguntaban sus opiniones políticas, eran temas polémicos que prefería no expresarlos en voz alta, ya que su labor educativa era más importante. Buscaba que sus alumnos se enamoraran del estudio. Sus discípulos tenían entre 12 y 15 años, vivían la adolescencia y eran juiciosos. El ideal de las historias era un heroísmo honesto. Guerras sustituidas por las artes y los libros, espacios de reflexión para desafiar la ignorancia, eso era parte de su labor. El camino era sobrevivir, mantenerse virtuoso en espíritu y alma.