Antón Chéjov es una alegoría, como telaraña de época, fue un escritor que escribía de madrugada, con entusiasmo poético, similar al estudiante que se la vive en la biblioteca, aparentaba no ser intelectual, sabía su misión, poseía conocimientos y técnicas para ganar lectores, en otras palabras, escribía y disfrutaba de la vida. Chéjov (1860-1904), decía que la medicina era su esposa legal y la literatura su amante, podemos deducir que amaba escribir historias, tanto que fue uno de los grandes escritores de Rusia, su forma de relatar era sencilla y breve, uno ejemplo de ello fue la historia “VOLODYA”, que narra la vida de un joven apasionado, que debía prepararse para presentar un examen, tenía que estudiar para no salir expulsado de la escuela.
Era un chico era un tanto despistado, algo similar a la juventud de la actualidad, se la pasaba en todo menos vivir la realidad, vivía un mundo de fantasía. “Siempre estás sentado por algún rincón, sin decir una palabra y meditando como un filósofo. No tiene fuego ni vida. ¡Eres horrible, sencillamente!… A tu edad debías estar saltando y brincando, charlando con unos y con otros, coqueteando, enamorándote.”
Chéjov juega con el drama del relato, el joven Volodya era el clásico chico inocente y desvergonzado, era flaco, de estatura promedio, no tenía barba ni bigote, no era nada varonil, solo tenía pecas en su rostro. Algo raro del relato fue que el chico se enamora de una mujer mayor, era una dama de treinta años, un tanto frívola y de mal genio.
El joven deseaba fervientemente a la señora, se la pasaba pensando en ella, en todos sus diálogos mentales estaba ella, en otras palabras, el joven buscaba confesarle su amor y que ella le correspondiera. Lo cierto fue que la mujer veía en el muchacho a un objeto de juego. Volodya era un chico inmaduro, no sabía controlar sus emociones, lo anterior lo convertía en un ser impulsivo y arrebatado en sus acciones. El muchacho necesitaba ayuda especial.
“Sonó un tiro… Sintió un golpe terrible en la cabeza y cayó boca abajo sobre la mesa entre los frascos y las botellas. En aquel momento vio ante sí la imagen de su padre, igual que como estaba en Mentón, con un sombrero alto y una gasa negra alrededor, llevaba luto por una señora desconocida; le agarró por las manos y los dos cayeron de cabeza en un foso obscuro y profundo…Luego todo se borró confusamente ante sus ojos.” La historia concluye con el suicidio del joven Volodya.