Pajom, el dueño de la casa, estaba tumbado en lo alto de la estufa y
escuchaba lo que decían las mujeres.
—Es la pura verdad —exclamó—. Ocupados desde pequeños en cultivar a
nuestra madre tierra, no tenemos tiempo de pensar siquiera en tonterías. ¡La
única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda la que quisiera, no
tendría miedo de nadie, ni siquiera del diablo!
Las mujeres acabaron de beber el té, charlaron un rato de vestidos,
recogieron la vajilla y se fueron a la cama.
El diablo se había sentado detrás de la estufa y lo había escuchado todo. Se
había alegrado mucho de que la mujer del campesino hubiera inducido a su
marido a alabarse: se había jactado de que, si tuviese mucha tierra, no temería ni
siquiera al diablo.
« De acuerdo —pensó el diablo—. Haremos una apuesta tú y yo: te daré
mucha tierra y gracias a ella te tendré en mi poder» .
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