Pajom miró a su alrededor. A la luz del sol se veía bien la colina y la gente
que estaba allí, así como el destello de las ruedas de los carros.
Pajom intuyó que había recorrido ya unas cinco verstas. Sintió calor, se quitó
la chaqueta, se la echó al hombro y siguió adelante. Recorrió otras cinco verstas.
El calor apretaba. Echó un vistazo al sol: era hora de desayunar.
« Ha transcurrido y a el primer cuarto de la jornada —se dijo Pajom—. Aún
es pronto para dar la vuelta. Voy a descalzarme» . Se sentó, se quitó las botas, se
las ató al cinto y reemprendió la marcha. Ahora iba más ligero. « Recorreré
otras cinco verstas y luego giraré a la izquierda —pensó—. Este lugar es muy
bueno y da pena dejarlo. Cuanto más avanzas, mejor es» . Y siguió en línea
recta. Cuando se volvió, apenas pudo divisar la colina; los hombres parecían
hormigas y se distinguía un leve resplandor.
« Bueno —pensó Pajom—, por esta parte he cogido bastante; hay que torcer.
Además, estoy empapado en sudor y tengo sed» . Se detuvo, cavó un agujero un
poco más grande, puso unos trozos de hierba, desató la garrafa, bebió y giró a la
izquierda. Después de mucho caminar, llegó a un lugar cubierto de hierba más
alta; el calor se volvió sofocante.
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