CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 13

Al principio iban todos a visitarle; pero en cuanto vislumbraba sus coches caseros

a lo lejos del camino real, mandaba que le ensillasen su caballo del Don y salía por la

puerta trasera. Ofendidos por tal acto, todos rompieron su amistad con él. «Nuestro

vecino es un ignorante, un chiflado, un masón, y bebe vaso tras vaso de vino tinto, no

besa la mano a las señoras y habla a la manera moderna». Tal era la opinión general.

Por aquella época llegó al pueblo un nuevo propietario, llamado Vladimir Lenski;

también dio motivos de un severo juicio a la vecindad. Bello en la plenitud de sus

mejores años, con bucles negros hasta los hombros, de alma hermana a la de Goethe,

admirador de Kant y poeta, por añadidura; de espíritu fogoso y bastante raro, poseía,

además, un lenguaje exaltado. De la brumosa Alemania trajo frutos de sabiduría y

fantásticos sueños. Su alma n se había marchitado aún con la fría corrupción de la

vida; el saludo de un amigo y el cariño de las jóvenes le consolaban; su corazón

bueno e inexperto alimentaba esperanzas. El lujo y el bullicio del mundo fascinaban

todavía su inteligencia juvenil. Entretenía las dudas de su corazón con dulces sueños;

el fin de nuestra vida era para él un atrayente enigma, ante el que se rompía la cabeza

y sospechaba milagros. Creía que un alma gemela tenía que unirse a la suya, que,

languideciendo, le esperaba impaciente noche y día; creía que los amigos eran

capaces de tomar las cadenas por él, y que sus manos no temblarían al romper el cáliz

del calumniador; que hay entre los hombres amigos, sagrados, escogidos por la

Providencia; que los de su inmortal familia, con inevitables rayos, algún día nos

iluminarán, y entonces darán la dicha al mundo. Muy pronto la indignación, la

compasión, el amor de lo bueno y el dulce tormento de la gloria turbaron su corazón.

Con la lira erraba por el mundo bajo el cielo de Schiller y Goethe, cuyo fuego poético

inflamó su alma; y, afortunado, no avergonzó a las musas del arte elevado; en sus

cantos siempre conservó orgullosamente los sentimientos nobles, los ímpetus de

sueños virginales y el encanto de lo sencillo. No cantaba las viciosas diversiones, ni a

las despreciables Circes; no quería ofender al mundo con su lira encantadora.