CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 33

No se habían permitido una larga tregua y ya volvían; Greta había
rodeado a su madre con el brazo y casi la llevaba en volandas.
-¿Qué nos llevamos ahora? -dijo Greta, y miró a su alrededor. Entonces
sus miradas se cruzaron con las de Gregorio, que estaba en la pared.
Seguramente sólo a causa de la presencia de la madre conservó su
serenidad, inclinó su rostro hacia la madre, para impedir que ella
mirase a su alrededor, y dijo temblando y aturdida:
-Ven, ¿nos volvemos un momento al cuarto de estar?
Gregorio veía claramente la intención de Greta, quería llevar a la madre
a un lugar seguro y luego echarle de la pared. Bueno, ¡que lo intentase!
Él permanecería sobre su cuadro y no renunciaría a él. Prefería saltarle a
Greta a la cara.
Pero justamente las palabras de Greta inquietaron a la madre, quien se
echó a un lado y vio la gigantesca mancha pardusca sobre el papel
pintado de flores y, antes de darse realmente cuenta de que aquello que
veía era Gregorio, gritó con voz ronca y estridente:
-¡Ay Dios mío, ay Dios mío! -y con los brazos extendidos cayó sobre el
canapé, como si renunciase a todo, y se quedó allí inmóvil.