-Y es que acaso no… -finalizó la madre en voz baja, aunque ella hablaba
siempre casi susurrando, como si quisiera evitar que Gregorio, cuyo
escondite exacto ella ignoraba, escuchase siquiera el sonido de su voz,
porque ella estaba convencida de que él no entendía las palabras.
-¿Y es que acaso no parece que retirando los muebles le mostramos que
perdemos toda esperanza de mejoría y lo abandonamos a su suerte sin
consideración alguna? Yo creo que lo mejor sería que intentásemos
conservar la habitación en el mismo estado en que se encontraba antes,
para que Gregorio, cuando regrese de nuevo con nosotros, encuentre
todo tal como estaba y pueda olvidar más fácilmente este paréntesis de
tiempo.
Al escuchar estas palabras de la madre, Gregorio reconoció que la falta
de toda conversación inmediata con un ser humano, junto a la vida
monótona en el seno de la familia, tenía que haber confundido sus
facultades mentales a lo largo de estos dos meses, porque de otro modo
no podía explicarse que hubiese podido desear seriamente que se
vaciase su habitación. ¿Deseaba realmente permitir que transformasen
la cálida habitación amueblada confortablemente, con muebles
heredados de su familia, en una cueva en la que, efectivamente, podría
arrastrarse en todas direcciones sin obstáculo alguno, teniendo, sin
embargo, como contrapartida, que olvidarse al mismo tiempo,
rápidamente y por completo, de su pasado humano? Ya se encontraba a
punto de olvidar y solamente le había animado la voz de su madre, que
no había oído desde hacía tiempo. Nada debía retirarse, todo debía
quedar como estaba, no podía prescindir en su estado de la bienhechora
influencia de los muebles, y si los muebles le impedían arrastrarse sin
sentido de un lado para otro, no se trataba de un perjuicio, sino de una
gran ventaja.
Tags:Franz Kafka
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