Apenas había entrado, sin tomarse el tiempo necesario para cerrar la
puerta, y eso que siempre ponía mucha atención en ahorrar a todos el
espectáculo que ofrecía la habitación de Gregorio, corría derecha hacia
la ventana y la abría de par en par, con manos presurosas, como si se
asfixiase y, aunque hiciese mucho frío, permanecía durante algunos
momentos ante ella, y respiraba profundamente. Estas carreras y ruidos
asustaban a Gregorio dos veces al día; durante todo ese tiempo
temblaba bajo el canapé y sabía muy bien que ella le hubiese evitado
con gusto todo esto, si es que le hubiese sido posible permanecer con la
ventana cerrada en la habitación en la que se encontraba Gregorio.
Una vez, hacía aproximadamente un mes de la transformación de
Gregorio, y el aspecto de éste ya no era para la hermana motivo especial
de asombro, llegó un poco antes de lo previsto y encontró a Gregorio
mirando por la ventana, inmóvil y realmente colocado para asustar.
Para Gregorio no hubiese sido inesperado si ella no hubiese entrado, ya
que él, con su posición, impedía que ella pudiese abrir de inmediato la
ventana, pero ella no solamente no entró, sino que retrocedió y cerró la
puerta; un extraño habría podido pensar que Gregorio la había
acechado y había querido morderla. Gregorio, naturalmente, se
escondió enseguida bajo el canapé, pero tuvo que esperar hasta
mediodía antes de que la hermana volviese de nuevo, y además parecía
mucho más intranquila que de costumbre. Gregorio sacó la conclusión
de que su aspecto todavía le resultaba insoportable y continuaría
pareciéndoselo, y que ella tenía que dominarse a sí misma para no salir
corriendo al ver incluso la pequeña parte de su cuerpo que sobresalía
del canapé. Para ahorrarle también ese espectáculo, transportó un día
sobre la espalda -para ello necesitó cuatro horas- la sábana encima del
canapé, y la colocó de tal forma que él quedaba tapado del todo, y la
hermana, incluso si se agachaba, no podía verlo. Si, en opinión de la
hermana, esa sábana no hubiese sido necesaria, podría haberla retirado,
porque estaba suficientemente claro que Gregorio no se aislaba por
gusto, pero dejó la sábana tal como estaba, e incluso Gregorio creyó
adivinar una mirada de gratitud cuando, con cuidado, levantó la cabeza
un poco para ver cómo acogía la hermana la nueva disposición.
Tags:Franz Kafka
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