CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 10

-Es una voz de animal -dijo el apoderado en un tono de voz
extremadamente bajo comparado con los gritos de la madre.
-¡Anna! ¡Anna! -gritó el padre en dirección a la cocina a través de la
antesala, y dando palmadas-. ¡Ve a buscar inmediatamente un
cerrajero!
Y ya corrían las dos muchachas haciendo ruido con sus faldas por la
antesala -¿cómo se habría vestido la hermana tan deprisa?- y abrieron la
puerta de par en par. No se oyó cerrar la puerta, seguramente la habían
dejado abierta como suele ocurrir en las casas en las que ha ocurrido
una gran desgracia.
Pero Gregorio ya estaba mucho más tranquilo. Así es que ya no se
entendían sus palabras a pesar de que a él le habían parecido lo
suficientemente claras, más claras que antes, sin duda, como
consecuencia de que el oído se iba acostumbrando. Pero en todo caso ya
se creía en el hecho de que algo andaba mal respecto a Gregorio, y se
estaba dispuesto a prestarle ayuda. La decisión y seguridad con que
fueron tomadas las primeras disposiciones le sentaron bien. De nuevo
se consideró incluido en el círculo humano y esperaba de ambos, del
médico y del cerrajero, sin distinguirlos del todo entre sí, excelentes y
sorprendentes resultados. Con el fin de tener una voz lo más clara
posible en las decisivas conversaciones que se avecinaban, tosió un
poco, esforzándose, sin embargo, por hacerlo con mucha moderación,
porque posiblemente incluso ese ruido sonaba de una forma distinta a
la voz humana, hecho que no confiaba poder distinguir él mismo.
Mientras tanto, en la habitación contigua reinaba el silencio. Quizás los
padres estaban sentados a la mesa con el apoderado y cuchicheaban,
quizá todos estaban arrimados a la puerta y escuchaban.